viernes, 2 de febrero de 2007

Dialogo inconcluso entre un ángel y un fin o Intento de monologo imaginario



Este es uno de mis pequeños tesoros.


Es un intento de cuento, basado en una relación muy especial para mi. En dónde fui un ángel y en dónde él fue un fin.


Data del 2005 y aún hoy lo leo y mi piel se eriza...








Intentábamos hablar, aunque fuera una vez, una última vez, sin morir en el intento.
-¿Cuando mueres tú?- preguntó con esa voz que arrastraba trozos de azúcar.
- Creo que todos los días- cerré mis labios para no gritar.
- Yo quiero morir también.- susurró.
- ¡Ven! Muramos juntos.- exclamé, empapada de extraña certitud.
Y así, nos tomamos las manos, la suya guardó la mía, y corrimos calle abajo. El cemento húmedo amortiguaba cada paso, cada paso más cerca de la muerte. ¡Que ingenuos que éramos! Queríamos morir un momento y vivir lo que nos quedará del día. Quizás lo lográramos, pero la voz de una madre enojada, pudo más que nuestros sueños. No logramos morir un momento. Lo siento.
La calle recuperó su halo de cementerio abandonado. Y nosotros, niños, perdimos la risa de una calle primaveral.
La vida a la vuelta de la esquina.
No queríamos creer, queríamos saber, queríamos ser.
-¿En que crees tú?- me pregunto una noche última.
- No lo sé, pero creo, me basta creer.- dije y pensé "¿En que creo?"
- Yo no sé bien si creer. ¿Gano algo creyendo?-
- Ganas tanto como pierdes al vivir-
- Pero yo quiero morir, acuérdate que me prometiste morir juntos.- Una promesa más que no he cumplido. Callé. El comprendió mi silencio y calló también. Fue entonces que descubrí que éramos amigos, el silencio no era molesto entre nosotros. Sabíamos callar a tiempo y a des tiempo. Hablar era cuando no queríamos pensar, callábamos para ser.
Nuestro idioma secreto.
Buscábamos entonces tesoros, queríamos lo imposible y nada más, éramos héroes, éramos dioses.
-Quiero ser princesa-
- Se princesa- que lógico que era.
- ¿Me ayudas?- reí con risa fresca.
- No lo dudes- respondió el, que lógico que era.
Abrí mis alas en su busca, quería ser princesa. Entonces, lo vi. Vestía, me avergoncé, yo llegaba desnuda a una cita muchos años tarde. Rió de buena gana. Reí con el.
No preguntó el porque de mi retraso, yo tampoco lo mencioné, era más fácil, siempre será mas fácil el no mencionar lo obvio. Llegaba tarde porque no sabía volar. Tuve que caminar.
Muchos años quedaban atrás. Apenas y conocía su voz. Pero jamás lo olvidé, el por su parte si lo hizo. No lo culpé entonces no lo culpo ahora. El, ahora me recuerda.
Nos vivimos unas horas. Luego moriríamos solos.
Solos al final, solos, lo juro.
Muchos años pasaron y nos volvimos a encontrar.
Sentados, juntos, en una fría acera, de cruel gris, jugamos.
-¿Tú eres católica o no?-
- No, cristiana.-
- Ah! Cierto.-
- Creo en Jesús, no en una institución. Creo…- ¡Creía al fin!- creo que Jesús si se casó con María Magdalena, y que su sangre esta aquí, entre nosotros.-
- Jesús político- rió.
- Jesús en todas partes, Jesús en un loco, Jesús en un padre alcohólico, Jesús en un prisionero… Jesús en dos adolescentes sentados en una fría calle, hablando de él.-
Jesús apareció, lo sentí, y me susurro al oído que ya era hora de arriesgar el todo por todo.
- ¿En que piensas?- preguntó.
- Pienso acaso si una noche, muchos años más tarde, tú también me pensaras.- dije pensativa, casi filosófica. Que típico mío.
- Es muy probable…- calló. Y reconocí en su silencio una promesa que no estaba seguro de poder cumplir. El sabía bien que el tiempo desgastaba y que más temprano que tarde un muro se alzaría entre su casa y la mía. Y no bastaría, entonces, quererse para volver a verse.
Un silencio de cripta, húmedo y hasta fangoso se nos incrusto. Sellaron nuestros labios y escarcharon el pensamiento volátil.
Tomó mi mano. Se estremeció mi cuerpo y entumecieron mis venas. Era un gesto tan repentino, tan poco él. Lo miré, le sonreí, sentí como la sangre de mi cuerpo pintaba mis mejillas. Enternecido por un gesto como ese, acarició mi mano que para entonces ya se perdía en la suya. El era el final y yo talvez un ángel cualquiera, sin gracia, caído. Reconocí entonces mi par de alas rotas. No podía volar. Era entonces y para siempre prisionera. Cuanto tiempo me había tomado descubrirlo. Mucho más de lo necesario, el lo presentía ya, lo adivinaba en sus ojos. Con el tiempo se hizo vidente y ya no quedaban secretos por disimular. Las inútiles magias de un amor, habían de perder todo su encanto en un instante.
El rumor caprichoso de un final cada vez más inminente. Y quizás por primera vez en mi vida tuve miedo. Ese miedo blanco que anuncia la crecida del mar y de sus tormentas. El miedo ancestral de no saber luchar contra el enemigo… el tiempo y sus destiempos. ¿Cómo resolver las distancias con el simple parpadeo de unos ojos bizarramente abiertos? Imposible desafío. Presagios de una extinción.
- ¿En que piensas?- preguntó, había aprendido bien a preguntar y muy tarde a responder.
- En nada- mentí, no sería la primera vez pero aún así, no sé por qué, me sentí culpable. Mentir sobre el pensamiento era algo tan básico como sumar pero me parecía tan incorrecto mentirle al fin, aún sabiendo que él algún día lo descubriría, tendría que hacerlo. Quizás fuese la certeza que aquella mentira no tendría sentido lo que me martirizó.
- Aún tenemos tiempo- anunció seguro.
- ¿Tiempo para qué?- pregunté aún sabiendo la respuesta.
- Tiempo para darle al tiempo, tiempo para olvidar que aún nos queda tiempo para sobrevivir.- Tenía razón. Y hoy lo lamento. Tuvimos tiempo aquella tarde pero nos faltó tanto tiempo después. Tiro y aflojas, el desvío fue más brusco que lo planeado y ahora tan solo recuerdo tu rostro más no lo veo. ¡Mis manos aún recuerdan tu anatomía, tan imperfecta como la mía! Imperfectos seres que juntos vislumbraron un segundo la eternidad más perfecta de una amistad cenicienta y moribunda. ¡La perfección de una muerte por venir! Nada más bello que un cuerpo cayendo en el abismo.
Reí.
Y ya nada recuerdas de la nada que fuimos, si es que alguna vez fuimos. ¿O es que en tu sabiduría el olvido es una ciencia? Quizás la mas exacta de todas, la más humana.
Y no volviste a hablar, callaste, y sentí como me dolía tu nombre en todo el cuerpo.
- Me tengo que ir- anunciaste. Te miré y sonreí. ¿Reconociste en mi sonrisa el adiós prometido? No. Aún creías que podríamos luchar contra nosotros mismos. ¡Que ingenuo! Pero no, no podríamos y finalmente no pudimos.
Sabías para entonces quien eras tú, un trabajo de psicología lo había confirmado, yo en cambio me alejaba, a cada paso, de mi esencia, no sospechaba aún lo que sería, tan poco me importaba entonces. Quizás de haberlo sabido en ese instante, doblando esa esquina, nos hubiéramos mantenido. Pero estaba escrito, de una vez y para siempre, que cumpliríamos esa edad y la autonomía nos engañaría y nos alejaría. Descubriste entonces el peligro de estar vivos. No quise ser yo pero tampoco tú quisiste. Nos perdimos en un mar de presagios y desventuras venideras. Sabíamos bien la tormenta que se avecinaba y no lográbamos tener miedo. La certeza se yuxtapuso a la ansiedad y nos resignamos, frente a frente, a perdernos.
No pude, sin embargo, enfrentar tu perdida. Quizás nunca lo haga. Más no me aflijo, pienso en un pasado viviente, y te tengo para siempre. Te poseo como nadie lo ha hecho, te poseo en el recuerdo más íntimo y clandestino. Te transfórmate en una entraña, creciendo, así, silenciosamente, a la par de mi vida y de la tuya más creciste mío. El cuerpo termina tarde o temprano desvaneciéndose, carcomido por gusanos y olvidado por los demás. Pero el recuerdo… el recuerdo prevalece en el sueño. Y es así como te quedas por siempre conmigo aunque yo desaparezca de tu lado.
¡Al fin eres eterno!
Lo humano, olvide decirte, es lo que yo he hecho de ti en mis cuentos y fantasías. Tú no eres para mi lo que otros ven, ni siquiera lo que tú crees ser, eres el personaje que he querido y he creado… una simple ficción, una sombra… nada más. Pero me basta. Basta con saberte vivo, de la forma que sea, para no perder el aliento o la ilusión. ¿Perderte? No lo haría. ¿Dejarte? Ya lo he hecho. Y entonces no distingo el umbral que nos aleja, la frontera que cruzo o cruzas, hacia la otra orilla.
- Nos vemos antes de lo esperado- prometiste.
- ¿A sí?- pregunté algo confundida. ¿De donde venía tal reflexión sobre un futuro incierto? Tan solo divagamos, nada era real ni permanente, todo se iría con la primavera y sus flores, hasta la próxima primavera. Volvimos a callar. Las palabras no encontraban la salida, el pensamiento se desvanecía. Las mentes atrofiadas por un acto de humanidad. Y ya estábamos frente al barranco prometido. ¿Quién saltaría primero? ¿Quién sería el cobarde en abandonarse, primero? Nos miramos, como si se nos fuera la vida en aquello. Busqué su mano, me la ofreció sin mirar, y con toda la fuerza que encontré, prometí a voz muy baja, casi para no prometer, que juntos saltaríamos, que seríamos los dos o ninguno. Asintió. No quisimos, no pudimos mirar hacia abajo, hacia el futuro. –Uno, dos y tres- cuales niños jugando, saltamos.
Caíamos, nada nos podría proteger. La caída era libre y sin argumentos, caíamos porque presentimos que teníamos que caer…nada más. Porque sí. ¿Y la lógica? No teníamos, ni tú, menos yo. Te dejaste llevar, quizás tan solo me seguiste, quizás yo te seguí a ti, quizás ambos nos seguimos sin saber por qué. Porque te quería. Por miedo a perderte, una vez más.
Y es que, no eras tu mi príncipe azul ni yo tu princesa. Éramos tan solo personajes de una novela singular. Un quijote y un sancho, un sueño y una realidad… nada eterno, no estábamos hechos para perdurar. Y ambos lo sabíamos desde siempre y para siempre. Lo lamento. Este era sin duda el final del que tanto hablaban los libros, de los que solía contarte. El final, eras tú. Y yo, quizás, solo un presagio de un sueño, un mal sueño.
Seguimos nuestros pasos, a destiempo a contra tiempo, al margen del reloj y de sus inútiles minutos. Debíamos de encontrarnos, una vez más y volver a surcar las calles. Lo sabíamos. No éramos eternos pero siempre habría algo que nos llamaría. Habíamos de construir nuestras vida, juntos pero sin tenernos.
Y así fue como una trémula invitación nos reunió. Nos miramos confundidos, sin saber que decir, hacia muchos años ya que no nos veíamos. Quizás nos habíamos olvidado… quizás. Sonreí tímidamente, dolieron mis labios y supiste que hace mucho tiempo que no sonreía. Devolviste la sonrisa y me ofreciste tus brazos.
- Te extrañe-
Callaste. Me miraste, nada más.
Caminábamos nuevamente, siempre habríamos de caminar pero esta vez algo parecía distinto. Esta vez, era yo, sola sin otro nombre que no fuera el tuyo en mis labios, hace tan solo unos días había de terminar una larga relación. Caminantes, caminábamos. De pronto, bajaste los ojos y dijiste asombrado - ¡Mira! Caminamos sincronizados.- Era exacto, por quizás la primera vez nuestros pasos habían de seguirse al mismo ritmo.
¡Habíamos descubierto la magia!
Nos tomamos las manos, muy fuerte, como diciendo "No te vayas". Y continuamos nuestro viaje, por calles primaverales. Esta vez decidiste romper una rutina, y aventurarnos en parques vírgenes, nuevos caminos, nuevas luces. Todo un horizonte se abría expectante, nada sabíamos de lo que vendría, era la exquisita sensación de lo desconocido.
Una tarde de memorias y de mil cuentos. Todo era risas. Éramos mayores entonces, éramos más de lo que habíamos sido antes. Cobijábamos sueños venideros así como la posibilidad del error que esto conlleva. Habíamos, por fin, pisado tierra y sabíamos bien que lo que viniese después de este viaje, habría de ser el camino más definitivo.
Pero mientras durara la tarde, acariciaríamos encuentros y nada más. No hacía falta despertar a la conciencia. Nos bastábamos entonces. ¡La ilusión más perfecta! De ser un momento, nada más.
Frente a tu puerta, esta vez sería yo quien te acompañaría, nos despedimos, sin malos presentimientos, las mentes vacías y los ojos llenos.
- Nos vemos-
Seguramente algún día nos volveríamos a ver.

-¡Despierta!- Todo fue una ilusión.


FIN Y ÁNGEL.