lunes, 11 de agosto de 2008

La otra versión del amor II

Tuya fue esa primera,
Esa que adornabas con alhajas y trampas.
La pintaste y sin pudor la hiciste tuya,
Cómodamente colgada en tu pared,
Como un trofeo de lengua y sexo.
Pero era otra - o quizás todas-
( pero tú no lo viste)
Era negra y estaba rota.
Desdentada, mordía largamente tu cuello.
Tenía el órgano ceniciento y los muslos húmedos.
Jamás fue tuya, y si lo fue, te mintió.
Que ella no conocía la verdad de frágiles símbolos.
Ella misma era otro símbolo
(pero tú no lo leíste)
Era doble y lanzaba arañazos.
Tu reflejo opaco, tus miles de palomas abultadas,
Tu pequeña sacristía y tu cáliz medio vacío,
No fueron suficientes para amaestrarla.
(pero tú no quisiste admitirlo)
Llevabas tanta prisa y eras tan ciego,
Que cuando se convirtió en oruga,
Tú aún creías era mariposa.
Necesitabas una certeza,
Aunque miope,
La alimentabas, era certeza.
Pero desengáñate, ella jamás fue ella.
La hermosa máscara era traicionera,
Y de amor jamás quisiste entender,
En su lugar, te comiste tu lengua.
( pero tú nunca lo desvelaste).

domingo, 4 de mayo de 2008

A ti


A ti que no escuchas,

que no ves,

que no sabes.

A ti te escribo, a ti te hablo, a ti te pienso.


No sé si leerás ésto, no sé qué pensarás... ¡Tan poco sé de ti!

Hubo un instante de tiza en el cual me creí parte de ti, de tus caprichos, de tus silencios. Ese instante se fue como una canción.

Cuando vi tu espalda, entendí te habías ido.

Cuando yo no estuve, entendiste me había ido.

Y así sucesivamente nos fuimos el uno del otro. Sin una explicación, mucho menos una razón.

Porque yo así lo quise, porque no me pediste que me quedara, porque...Ya no sé por qué, ya ni sé si vale la pena preguntarmelo.

Quizás no notaste el hueco vacío, quizás jamás fui esa mujer.

Pero hoy quería hablarte, contarte historias. Hoy que te sé muy lejos, o al menos ausente.

Porque no tienes que decirmelo, cuando los corazones se pierden, las distancias se hacen interminables - poco importa si los cuerpos aún se rozan-

No estás...

Tampoco estoy yo.

Nos perdimos en un sueño que nadie advirtió tenía el olor a pesadilla.

A ti quiero dedicarte esta noche, sus copas, sus cenizas, todo lo que pueda traer en ella.

A ti que no sabes cómo me siento, pues jamás te lo dije.

A ti quiero llamarte, cuando sé que mi voz se perderá en un silencio sin oídos.


Mi fragilidad...

Maldita ella.


Como una muñeca me rompi y no lo viste.

Mi fragilidad, tu fragilidad.


No sé como llamarte, como buscarte.

Cuando llegas, me escondo. No quiero sepas que lloro.

No quiero que sepas que me dolió ese adiós prematuro, ese beso amenazado, mis tacones alejandose de tu puerta.


Me dijiste habías escrito para mí, nunca esas palabras conocí.

Pues no me retuviste - siempre me dijiste que no lo harías- ¿Por qué pensé sería distinto conmigo?

Siempre te dije que no era buena quedandome ¿Por qué iba a ser distinto ahora?


Todo me parece un cenicero colmado, confuso, quemado, dolido.

Temo el viento se lleve las cenizas, temo alguien venga y quiera limpiar el cenicero.

Temo perderte y que me duela.

(pero ya me duele ahora)


Lo que callas,

lo que no sé decir.


Siempre escuché lo que no me decías.

Fui y volvi, porque no quería cambiar.

No quería hablar,

no quería perder,

no quería salir.

Quería vivir en el ayer.


A ti...

¿Dónde estás?

No te encuentro.


A ti....


lunes, 21 de abril de 2008

NN


" - ¿Lo creerás, Ariadna?- dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió- "

La casa de Asterión, Jorge Luis Borges.



Supe que ya no volvería, que estaba dicho de una vez y para siempre. Los símbolos perdían color y yo ya no sabría volver a pintar.

Tenía los ojos al borde de un río, esperaba la llegada de la corriente.

Las manos perdían claridad y se perdían entre las tejas secas.

Las hojas no paraban de caer, y las veía surcar el aire, perderse, pisarlas.

Le dolían las hojas.

No había agua para sanar sus heridas, volverían otros colores a asaltarla en mitad de la noche.

Supo ya no volvería.

Ya no recordaba el camino, lo había olvidado al andar.

La silla vacía en el medio del salón. Nadie preguntó.

Quizás ya todos la había olvidado, quizás nunca la recordaron.

El dolor no venía impreso, nadie lo vio, pero ella supo estaba ahí.

Lo abrazó, venía de un largo viaje hasta su isla. Su pobre barquita naufragó.

El dolor... nadie me explicó que dolería.

Nunca supe cómo llegué aquí. Me lo he preguntado una y otra vez, vuelto a vivir los momentos, tratar de calzar los tiempos, los fragmentos. Todo ha sido vano.

Y ahora me veo, una imagen que oscuramente trata de acordarse de mi.

Vueltas y vueltas. Quiero olvidarme de todo y que todo me olvide.

Me duele... y nadie me explicó.

Todo se rompió y ya nunca más los cristales calzaron.

Olvidé el diálogo -sospecho alguien lo borró-

Nadie aplaudió, es que nadie vio.

Nadie supo donde estoy. Yo tampoco lo supe, y ya nadie me lloró.


lunes, 14 de abril de 2008

Bifurcación


No hay caminos que no bifurquen y se pierdan...
Quisiera contar que he vivido
gritar que existo
que soy más que un nombre placado en un pedazo de carne
finita
He pensado tantas veces
y a tan poco me saben reflexiones en el tacho de basura
escondidas,
por temor,
bajo mi cama...


He querido volar
no he encontrado alas

Me he perdido...
Nadie me ha encontrado

Y después....
después ya ven, quedan las cenizas de sueños
mil veces soñados...
Gasto minutos en vanas bocanadas de tabaco
Moriré...
quizás.
Existiré...
quisiera.
No he entendido quizás la gran biblioteca
ni al hombre parado
al hombre que lee.
Me lee, quizás, a mi
en una idea....
Me he negado a ser lo que ellos ven
he querido ser más...
suficiente para éste cuerpo
que carga conmigo y sé está cansado.
Muerdo un labio
Y sacio la carne...
succiono la sangre para entender que sangro
y si existo, al fin, dolerá
y anhelo una finitud trascendente
más allá de los caminos que creo y quemo
por miedo a ser, finalmente, encontrada
salvada.


Secretamente, espero ser una mujer en el desierto
sin más agua que mi propia saliva
sin más carne que mis huesos...
Y si un día, un viajero, osará buscarme
me encontrase dibujada en un grano de arena
como se dibuja el universo
en lo ínfimo, en lo pequeño...
Y entender al fin, que no somos más ilusiones
en un mundo aún más ilusorio.
Perseguir una nube
recordar un pasado
vivir y no saber por qué...
VIVIR.
Y bifurcan ideas, se multiplican sin alcanzar jamás el infinito en la repetición.
Yo soy eso.
Mi propia creación de mortalidad.
La mujer maldita que come de mi carne
conoce los atajos... y me pierde
yo dejo que me pierda
Y así...
olvidar por ser
crecer por entender
herir por sentir
ser por morir algún día
y ya ven...
Los he perdido a ustedes también...
en un jardín absurdo, del cual espero no escapen ilesos.
Vale la pena herirse con las espinas del rosal...
Yo misma bifurco y me encuentro al otro lado del espejo.

lunes, 7 de abril de 2008

La mujer que serías




Nombrarte con aquello que sabíamos podría perdurar, como un trozo de eternidad clavado en símbolos que hablaban de otros símbolos, símbolos que hablarán de ti.


Decirte que no hay ojos más tristes que los tuyos, que jamás la realidad fue más perfecta que cuando la nombrabas.Sólo una niña, los pies de cristal, el corazón desmesura. Así eras tú.


Contarte historias que jamás sucedieron, que nunca lo harán -sólo en el mar de tus sueños-.El mar espeso en él que cuajabas ficciones, un hombre para ti, un soñador, un bufón, tus secuaces, tu pobre armado de arena.


Flotar de nube en nube, comer y respirar algodones. Tal era tu anhelo.


Deambulabas por la ciudad, te confundían con otra, intentaban nombrarte (porque ellos necesitan nombres para que sea real), y así iban forjando a una mujer que en poco se parecía a la niña que eras.

Tenías ese dejo de irrealidad, esa dosis de fantasía, locura decían algunos.

A ti no te molestaban los juicios, apenas te enterabas de lo que allí se tejía. Sin darnos cuenta, tu imaginación había volado hasta perderse en esa dimensión a la que jamás accederíamos.

Si alguien intentaba cogerte la mano, saltabas asustada, temías diluirte en pequeñas partículas de deseo y ficción.

Tranquila veías pasar el tiempo, sin jamás pensar que éste pasaba en ti.

Habías construido un castillo a tu exacta medida, perfecto para tu imperfección. Y desde la más alta torre veías surgir personajes insólitos, amantes póstumos, árboles parlanchines, duendes traviesos, niños con alas.
Comías corazones pero te asegurabas que nadie osara acercarse al tuyo - no lo entenderían- te decías entre risas y suculentos pedazos de carne rojiza.

No querías crecer, no querías abandonar tu pedazo de tierra yerma. Eras feliz en ti misma, con tus enigmas y acertijos.

Te mirabas las manos a contraluz, las entendías tuyas. Volvías a redescubrir cada rincón de tu cuerpo, nombrándolo todo por la primera vez. El vértigo y la ansiedad de ir creando con la mirada curiosa y las palabras mágicas todo un universo; una mujer.



Tenías los ojos tristes, pero no era cierto, tenías la mirada de una niña inventado a la mujer que sería.








viernes, 4 de abril de 2008

Coleccionista de soldaditos




Ella, nunca supo mucho del amor. Nunca quiso saber demasiado, al menos desde su mirada intima. Es cierto, buscó amor y más de alguna vez lo encontró.
Entendía que lo que llenaba su corazón y humedecía su sexo era algo que podría llamarse amor, lo bautizó.
Más tarde le quitaría el nombre y renunciaría. Y así esa interminable continuidad del encuentro y la pérdida.
Pero cada vez que en medio del escepticismo más grande algo remotamente parecido a esa musa la asalta, olvida todo lo aprendido, olvida que el fin está próximo.
Y vuelve a bautizar sentimientos, a alzar monumentos.

La tristeza, eventualmente, llegará. Y se llenarán sus horas de cenizas y vino, y se alimentará de recuerdos amarillento, de la hipérbole del dolor, que en esencia jamás fue tan doloroso pero si no había tragedia, habría que inventarla de lo conocido.
Y culpar a hombres por pecados que jamás cometieron pero que a ciertas horas de la noche desearías los hubieran hecho, sería más lógico el dolor, tendrías una justificación a tus horas muertas y a tu necesidad imperiosa de amar y ser herida.

Corazón de mujer. ¿Quién te comerá?

Nadie piensa en ti a estas horas. ¿Por qué seguir creando historias en dónde alguien sufre por ti, en dónde tú sufres por alguien?
La tranquilidad te asusta más que nada. Eres un constante desastre. Una figura borrosa en el espejo. Nadie nunca te conoció. No dejaste a nadie te amará, quien quiso hacerlo, sufrió tu huida.
Las mentiras que creaste con perfecta cordura, funcionaron.

Él te olvidó, tú jamás pudiste. Jamás has olvidado.

Cada hombre, por fugaz, vive en ti. No los dejas ir. Tu corazón no es capaz de quedarse y jamás se dejo capturar pero tú, egoísta, raptaste y comiste corazones a destajo.

Jamás fue miedo al dolor, como hacías a otros creer. De hecho el dolor es lo que finalmente buscas. Comienzas grandes historias, anhelando ese final oscuro que desgarrará tus entrañas. Y en medio del dolor, anhelas a quien alejaste.
Sufres ausencia por auto imposición y los culpas a ellos.

Si lo piensas, jamás has llorado a un hombre. Quizás alguna lágrima perdida, jamás el llanto. Y ¿ es qué no fue amor? Claro que lo fue, pero el dolor es un arte, que necesita de trabajo, de dedicación. Y tú sin duda has sido una artista.


Corazón de mujer. ¿Quién se perderá en ti?

Tantas relaciones, tantos intentos por hacerte creer que algún día podrías conjugar en plural el verbo amar.

A cada hombre, a cada corazón que ha pasado por ti, le has entregado una parte, una pieza equívoca de tu esencia, una pista traicionera del camino. Los has perdido a todos por igual, consiente de que jamás anclarían en puerto seguro.

Te sabes suficientes en tu cuerpo, buscas un pedazo de cama calentado por otro, materia para saciar un instinto pasajero. Nada más.
Y mentiras tras mentira, los has engañado a todos, sin excepción.
Tampoco sabes si quieres ser real.
La clandestinidad te va muy bien.
Vives la vida que has elegido, la vida por la cual has luchado día tras día.
Tu corazón es desmesura, y no lo quieres de otra manera. ¿Para qué? ¿Por un pobre amor?

Tus ficciones te han llevado a pensar que el amor es un producto de tu imaginación, otro símbolo que habla de la mujer que fuiste.
Al final, te dices, todos son símbolos y existen sólo en la medida en la que tú creas en ellos, cuando dejas de soñarlos, desaparecen.
Y no te duele, no realmente.
Ahí estás, corres por una ciudad, huyes de él, de su recuerdo, de tu recuerdo.
No lo quieres en tu vida, esperas un desenlace insólito, lo humano te limita.
De él tomaste aquello que necesitabas, luego tendrías que irte, buscar otros corazones, más vivos.
Eres mar, te haces mar y él se pierde en un puerto al cual no regresarás.
Corazón de mujer, nadie nunca te comprenderá, jamás quisiste que lo hicieran.
Eres feliz en tu dolor imaginario, en tu huida y en la fantasía de un nuevo encuentro.
Ahí está, ese nuevo cuerpo que encajara en tu sexo.
Sabes que lo dejarás, sabes que el amor es aprender a morir. Y te lanzas al abismo de su voz, sin miedo, los ojos bien abiertos.
Él no sabe, jamás sabrá. Tú quieres amarlo, que te amé. Lo demás será tiempo sin tiempo.


Tu colección de soldaditos luce perfecta sobre un estante; alineados, cada uno distinto al otro, cada cual parte de un fragmento de tu vida.
Los observas, los admiras, les hablas y abandonas la habitación.
Ya volverás con otro compañero de filas, otro soldadito mutilado.
















miércoles, 2 de abril de 2008

Otra versión de "Esa noche"


Otra versión de "Esa noche".





"Llego sin explicaciones,
Sólo el verano como coartada, y un trago como alevosía
En tus ojos percibo incertidumbre,
No entienden que solo acogido en tu pecho encuentro mi canción.


Tus labios quemando mi piel,
Tu respiración evapora con su vapor mis pensamientos
Y mi sangre furiosa busca escaparse de mis venas.


Ímpetu, y un dulce placer contenido.


Poco a poco te he hecho culpable de este suave pecado que el vino ha conminado.
Entre tus piernas tu calor se mezcla con mi fuerza.


No pretendo mundos paralelos, hay tantas copas rotas tras de mí…
…Y ahora que te tengo a ti, esta noche es la canción de un serafín.
Cada caricia una esquirla de lo que pudo ser.


Te encuentro en algún punto distante. Tras las palabras, las miradas y las manos inquietas. Allí, tú espera impaciente, tan lejos de las fútiles explicaciones de una razón difuminada que huye de tus labios. Mi beso, sólo un poco de las formas de no entender y dejar ser.


Y yo sin respuestas, sólo mi cuerpo, sólo yo apretando tu cintura contra la mía


Y el espacio entre nosotros se me hace eterno, inabarcable. Como una carretera circular de excusas, de versos incompletos, de abrazos que no fueron. Esta noche, sólo por esta noche, eso parece ir desapareciendo por la calma.


La noche hablo.
El pensamiento ceso.
Era la cercanía de los cuerpos.


Empezó esa delicada tradición. Esa magia pura del descubrimiento. Esa búsqueda incesante por los delicados rincones susurrantes de tu cuerpo. De la infinidad de tus detalles, la delicadeza de tu cuerpo único.


Ímpetu, y la proximidad de nuestros latidos.


Y respiro tu perfume. Me alimento de tus suspiros. Bebo el placer culposo de tu cuerpo.


Y conviniste con un beso. El pacto de sentir por el otro, en un mundo propio aunque averiado.


Y se dejó llevar tu cabello. Así también nuestros sentidos. Y nos escuchó la noche, que se hizo eterna en mi memoria.


Las sábanas vírgenes esperan nuestro color.


Mi cuerpo abandonado. Mi conciencia subsumida en letargo. Mi latido, punzante.
Parte de mi se queda contigo, y tu perfume, impregnado en mi memoria como un detalle sublime.


Y entre amor y sueño, o entre sueño y ternura, un dulce desmayo da paso a la paz.


Al despertar todo es distinto.
En tus labios se dibujan las palabras de tu partida.
En la ventana, la pena vuela.


Son los ojos los únicos sinceros, que retienen el sabor de esa noche.


Y ahora que me tomo un café, rememoro, y luego…


…percibo que no hizo falta más,
sólo, quizás, un poema para recordar. "


Felipe Valdivia

martes, 1 de abril de 2008

Esa noche



Vienes a mí con amor diluido en alcohol, quieres embriagarme con resquicios de un sentimiento.




Intentas convencerme de un mundo paralelo, un mundo de copas y ceniceros.




Te digo que no quiero seguirte, que estoy cansada, que me vendría bien un taza de café.




Me buscas con la mirada, con las manos, con los labios.




Me buscas en los cabellos, en las heridas y en mis silencios.




Intento explicarte y sellas mis labios con un beso.




Intento no comer de tu carne, pero tú me susurras al oídos palabras suaves.




Con fuerza llevas mi cuerpo contra el tuyo, condensando el espacio intermedio, haciendo un solo aire para dos corazones.




De pronto, calló la voz en mi cabeza y la mía propia.




Era la cercanía de cuerpos.




Comenzaba a reconocerte como se reconocen los niños, a amarte como aman las mujeres, y a desearte como desean los hombres.




Primero, el tacto suave y por encima de la ropa, trazando tu silueta, sin tocarla realmente, apenas un roce, una provocación, una potencialidad.




Luego, tus ojos en los míos, como poseyéndome con la mirada.




Tenías los brazos fuertes, los sentía próximo en mi cintura.




Habíamos destruido cualquier universo intermedio, era tu cuerpo y el mío, casi una sola carne.




Y entonces sentí, sin miedo, como poco a poco ibas arrancando pedazos de tela, acercándote a mi piel desnuda, yo a la tuya sin más.




Tu aliento era intenso en mi oído, el estremecimiento constante.




Te besé porque no había otra cosa en el mundo que pudiera hacer. Sentí había nacido para este instante, para comerte la boca.




Tu lengua suave recorrió la mía traviesa, la calmó, le cantó canciones de cuna.




Era yo, eras tú. Ansiábamos ser uno.




Saciar tu sudor, su carne. Perderme en la copa vacía de tu aliento.




Tus manos asperas surcaban las imperfecciones de mi cuerpo tembloroso.




Poco a poco me iba desprendiendo de mí, haciendome tuya.




Alternaba tu boca, con la copa de vino.




Bebías de mis labios y yo te bebía a ti.




Soltaste mi cabello, que como espuma desparramó sobre mis hombros desnudos, llenos de ti.






Las sábanas blancas para el amor.




Los muros impregnados de sudor y noche.




Aquella noche, no bebí café pero tuve amor.




Estoy segura no volverás a amarme como lo hiciste entonces, pues jamás fui tuya como esa noche.






La mañana me encontró en tus brazos, yo tomé mis cosas y me fui a caminar.




Quizás despertaste y olvidaste me amaste como lo hiciste.




Yo me llevo todo de ti, te dejo alguna marca de mi cuerpo en las sábanas.




Amor, fuiste amor una noche.




No hacía falta más.










La otra versión de mí


Un poema para Macarena


La otra versión


La otra versión es la que escribo en sueños

una voz que la letra retiene

repitiéndola

como una línea de Robert Desnos:

tanto soñé contigo que pierdes tu realidad


La otra versión eres tú, sigilosa,

cuando tus días pasan de largo a mi lado,

cuando el viento derrama

tu cabellera sobre mi memoria.


Vicente Lastra



Soy ésta, y soy otra.

Una suerte de alteridad, el espejo es doble.

Estoy yo contemplándome, y hay un otro más allá del cristal y en mi reflejo.

Yo no lo veo.

Una versión de mí se acuña en otros ojos, no los míos.

Soy todas y ninguna.

La reina, los secuaces, el bufón.

Mi pobre armado de ilusiones

Un castillo suspendido en mi aliento.

Pilar es sólo uno de mis nombres, no los soportes de mi imaginación.

Son símbolos de la mujer que fui.

Yo hablo de símbolos de personas, su esencia queda aisladas y como fuera de mi alcance.

Sólo hablo de imágenes mentales de otros, no de otros.

Y así las versiones de mí son símbolos de creaciones mentales, de otros sobre imágenes mías.

El cuadro es a todas luces difuso, simbólico e ilusionista.

El espejo no soy yo, y quien yo entiendo ser, es mi mera construcción.

Las mujeres en mí son infinitas, una suerte de esquizofrenia, que a tiempos es nula, pues no soy ninguna.

Una idea de mi ronda sus mentes, intentan nombrarla, retenerla.

Tengo una jaula, y el pájaro es feliz en ella.

Pero también soy la dueña, quien cierra la jaula, quien proporciona el alimento y el agua.

Soy el axolot, el ajolote, el protagonista, el lector, el escritor, Cortazar y Macarena.

lunes, 31 de marzo de 2008

me dijeron



Me dijeron que así comenzaban las historias de amor. Yo les creí.


Que era él y era ella. Pues, dije que estaba bien. ¿Qué les iba a decir?


Y ahí estábamos, años después. Yo me iba diciéndole no sé que cosa, que estaba cansada, que las mentiras me hacían mal, que me dolía el cuerpo.


Él comenzaba a gritar, palabras envenenadas. Yo no le quería oír.


Era la misma habitación que nos había guardado y hechizado, años antes, cuando me dijeron que así comenzaban las historias de amor.


Yo aceleraba el paso en el estrecho pasillo, el mismo pasillo que me mostraste, años atrás.


Tú me seguías, los ojos desorbitados, ibas gritando, no sé que cosa, que no te amaba, que me odiabas, que me fuera.


Yo no te quería escuchar.


Pero era la misma voz, que años antes, me había susurrado palabras llenas de anhelos.


Yo escapaba. Tú no podías dejarme ir.


Quise correr y entonces sentí tus brazos cogerme por la cintura, como tantas veces lo habías hecho con una gracia ceremonial, instantes antes del amor.


Me empujaste contra tu pecho, los brazos tensos de cólera, me atrapaste cual pulpo rabioso.


Yo te gritaba, jadeaba palabras negras, lloraba con espasmo y entonces cedía.


Todo era caótico.


Tus gritos, mis gritos. Tu dolor, el mío. Tu corazón, mi cuerpo.


¿ Quién eras tú?
La penumbra te hacía parecer un monstruo bíblico. Sentí miedo.


Frente a frente, violentaste mis labios con los tuyos.


Pude sentir tu lengua pastosa forzar la mía, tus dientes querían arrancar de un mordisco mi labio inferior.


No cedías, querías comerme.


La garganta cerrada, no pude gritar.


Los brazos anestesiados con los tuyos, no pude golpear.


Las piernas rendidas contra el piso, no pude correr.


De pronto, tus manos asperas comenzaron un viaje dantesco por entre mi blusa.


No eran caricias, eran rasguños, arañazos.


Conocías mi cuerpo y por tanto tiempo lo amaste, que no pude comprender que me hicieras daño.


Tomaste mi cara y me obligaste a mirarte, quise matarte con mis ojos.


Pero no eran tus ojos, no los pude reconocer.


No mirabas, las pupilas dilatadas, arrancabas trozos de tela.


Encontré fuerzas en mi abdomen y grité con voz desgarrada.


Entonces, silencio.


Frente a frente, te odié.


¿Quién eras tú?



Él y ella. Yo asentí. Me dijeron que el amor podía doler. Dije que estaba bien.


¿Qué les podía decir?


Seguramente dolería.

domingo, 23 de marzo de 2008

Verily she has looked on the Tiger ( locución para significar la locura o la santidad)




Tomé mis cosas; unos cuantos fantasmas y mis maletas y me fui.



Durante 4 días estuve perdida entre éstos parajes; yo y el río.



El viaje fue fecundo e irrepetible.



Encontré a un viejo señor que me quiso cual nieta suya, juntos nos sentábamos horas junto a la cocina a leña a beber chocolate caliente. Me llenó de historias, de pasado, de sabiduría, de dulzura.



Era una casita perdida a las orillas de ese río místico. Aprendí a recolectar moras para luego preparar suculentos pasteles, cuyas recetas - me decía él- eran de su madre.



Mis días se sucedían así...



Temprano por la mañana me despertaba, observaba el volcán y su majestuosidad, llegaba a la cocina donde el olor a café abundaba. Luego me vestía y partía a recolectar frutas.Más tarde cocinaba y ya listos los quehaceres, partía en busca de silencios.



Me internaba en el bosque, buscaba claros para observar el río. Encontré un árbol cuyas raíces yacían fuertes en tierra y cuyo cuerpo titánico se suspendía sobre un laguna - la conjunción entre dos ríos- Ahí me quedaba, viendo cambiar la luz, el agua que corría mansa.



Encontré pescadores y muy contentos de ver a alguien perdido por ahí me invitaban a pasear con ellos por el río.



La hora sin sombra ( el mediodía) ya llegaba y emprendía el regreso, sin pausa pero sin prisa, me llenaba de cada olor, cada color, cada textura. Aprendí los nombre de los arboles, sus identidades, las flores, las madreselvas.



Llegaba nuevamente a la casa, ahí me espera Don Eduardo sonriente con el almuerzo sobre la mesa. Comía lentamente en la terraza, escuchando el rugir constante del río y sus saltos.Poco a poco llegaban turistas, me sonreían. Alguno que otro creyendo que yo vivía ahí me preguntaba sobre el lugar, yo gustosa le respondía.



Era hora nuevamente de ir a perderme. Y así pasaba mi tarde.Cuando el frío comenzaba a llegar, me refugiaba junto a la chimenea. Escondida en el sillón, junto al chocolate que traía humeante Don Eduardo, me quedaba horas.




Generalmente a esas horas se escuchaba Bach, y yo alternaba la lectura a la simple contemplación.



Por las noches, nos quedábamos los dos en la cocina hablando, él recordando, yo aprendiendo.



Me fui escapando de algo, con huellas por sanar, otras por borrar.




Queriendo ser otra, quizás no queriendo ser nadie en particular.



Y algo maravilloso sucedió, una suerte de metamorfosis, una revelación.



Soy otra, soy la misma, soy yo.



Encontré un lugar para ser feliz, un espacio-tiempo, una dimensión divina, un minuto cósmico para verme, entenderme, amarme.



Todo aquello que me afligía no sé cómo, no sé dónde, se perdió. Y en su lugar han venido revelaciones de mi ser. Como un espejo en el cual mi pasado, mi presente y mi futuro yacen en armonía.



Quién fui, quién soy y quién seré... lo encontré.



FIN ( O el principio)

lunes, 10 de marzo de 2008

De encajes y adiós




Y te vas, lo sé, no tienes que repetirlo. Basta ya, puedo ver tu sombra desaparecer por el umbral, qué más quieres explicar, no quiero por qués, no quiero cómo, no me interesa, si te vas, yo me quedaré.


Yo guardaba un sueño, cómo pudiste no verlo, cómo pudiste seguir, y para qué quiero yo gritarte tus culpas, te vas igual.


Vete ya, ya estás ahí, no te detengas, no pienses demás, si te vas, marchate de una vez y para siempre.


Yo no tengo por qué aceptar tu miseria, tu auto compasión, yo de eso no quiero nada.
No soy como otras, eso ya lo deberías saber. Siempre te lo dije, que si un día decidías irte, te fueras sin más.


Házlo rápido, fácil, el dolor no tardará en llegar, estés o no estés aquí, te quedes un minuto más o no.


No hay vuelta atrás, no necesito de tu compasión, nunca la quise,

¿qué te hizo pensar que ahora sería distinto?


Sólo porque te vas, nada cambia, yo soy la misma y mis convicciones no han cambiado de curso ni se han camuflado, siguen en pie de guerra, ahora que estás en la puerta sin regreso.


Si no encontraste nada más aquí, nada que valía la pena, ¿por qué quieres hacerme pensar lo contrario?


Yo entiendo, creeme, entiendo. Yo también fui tú, yo también estuve en el umbral, yo también me marché, creeme sé lo que piensas y lo que no. No me mientas.


No tiene sentido, conozco demasiado este juego como para caer en él, como para sufrir por él, como para esperar algo distinto de lo que es.


Yo misma inventé los atajos, cada camino, cada desvío, cada balla.


Ahora, déjame tranquila, déjame en esta habitación sin ti, que cuando dijiste querías irte, para mi corazón te marchaste poco importó si tu cuerpo se quedó o no.


Las palabras, mi vida, tienen la fuerza de un fuego, tienen el verbo creador y destructor.


Tú elegiste las palabras del amenazado, del asesino.


No escondas el puñal, fue tu arma, camina orgulloso, asume.


La vida es así, qué pensabas, quién te mintió, por qué quieres mentirte, mentirme, ambos sabemos que este es el final y no hay nada más que decir, todo está claro.


Y ya sé que algo de confusión te amenaza allá afuera, que el arrepentimiento puede caer en el café que más tarde sorberás, será amargo, lo sé, lo sabes pero eso nada cambia, que nada tiene que ver ese sabor en tu lengua pastosa con el desenlace.


Si piensas que retrasando tu partida dolerá menos, lo siento, sabes que no será así. Que a ti también te dolerá, quizás más que a mí, pues yo culpa alguna guardo.


Pero la vida se camina, aprende y no mires atrás, sólo encontrarás una tierra equivoca, llena de abismos, de ficciones, de pesadillas, nada real.


Todo será como ese sorbo amargo de café, de lengua pastosa, de garganta cerrada, de pecho corrompido, de sexo vacío.


Tu sexo, querido, él notará mi ausencia, quizás más que tus brazos pero no te preocupes, será pasajero, hasta que encuentres otro sexo distinto al mío que encaje, con o sin más pretensiones, en el tuyo.


¿Viste? Todo se sucederá.


¿El miedo? El miedo, mi vida, es una ficción. Existe sólo en la medida en la que se crea en él, tú lo creas, tú lo alimentas, tú lo haces fuerte; es tuyo.


No tienes por qué seguir ahí, aún te veo, sé que no te has marchado, esperando quizás que yo salga corriendo y te suplique, y alimente tu ego, y te llore, y te grite, y me arrodille...


¿Por qué esperas aquello que sabes jamás haré?
Sólo quiero verte ir, no regresar, perderte.


De amor nunca supe mucho. Pero supe lo suficiente como para entender un final.


jueves, 28 de febrero de 2008

Sin nombre


Por volver dejaría una parte de este fuego
la última sensación
y el primer aliento
Podría olvidarme de todo
y aun así no perder
Dos lunas, una era negra. ¿Sabes? Negra como el carbón con el que intento escribir lo que queda.
Tenía una energía, la voracidad de mil lobos y todo lo que podría faltarme.
Y ya sé que no está, que no estás pero podría todavía despojarme de lo que se te antojara.
Era así de tanto, no podrías verlo, no tienes los ojos.
Yo los tuvé.
La luz que supongo Dios vió en el tiempo de la creación, el infierno que ni él imaginó.
Todo es poco.
Lo suficiente es una medida vana, ya lo sabrás.
Yo estuvé ahí y no lo pude creer.
Mucho menos detener, contener, retener.
Se fue como un sol, y esa luz.
En mis rodillas, tuve que rendirme ante su fuerza.
Rogar por un poco de su carne, por un caliz, una tinaja, un sorbo del agua recogida en sus manos me hubiera bastado.
No encontré palabras humanas capaces de hablarle, su idioma era celeste, el mío demasiado humano.
Y entonces me dolió, dolió mi cuerpo, mi lengua. Mi humanidad me dolía, tan cruelmente humana.
La luna se hizo dos y yo quedé ahí.
No habría feminidad, ni monte, ni caballo que el verde río consumiera.
La tierra era santa y sin yermo espacio era todo flor.
Sin ceder un pie, lo enfrenté.
Que entendía podría culminar y aun así seguir, tirar, no respirar, remar, luchar a contra corriente en un río demasiado espeso.
No lo dejaría irse, aun cuando mis brazos fueran los de una niña y los suyos los de un gigante en una barca.
Sin canción, le canté y le grité y le lloré.
¿Qué más podía hacer?
Y se fue.
Y yo me quedé por si algún día decidía regresar.
Aquí me encontrarás, aquí me quedé.
La lengua dormida y los ojos bizarramente abiertos, intentado capturar una luz que jamás fue mía.