domingo, 23 de marzo de 2008

Verily she has looked on the Tiger ( locución para significar la locura o la santidad)




Tomé mis cosas; unos cuantos fantasmas y mis maletas y me fui.



Durante 4 días estuve perdida entre éstos parajes; yo y el río.



El viaje fue fecundo e irrepetible.



Encontré a un viejo señor que me quiso cual nieta suya, juntos nos sentábamos horas junto a la cocina a leña a beber chocolate caliente. Me llenó de historias, de pasado, de sabiduría, de dulzura.



Era una casita perdida a las orillas de ese río místico. Aprendí a recolectar moras para luego preparar suculentos pasteles, cuyas recetas - me decía él- eran de su madre.



Mis días se sucedían así...



Temprano por la mañana me despertaba, observaba el volcán y su majestuosidad, llegaba a la cocina donde el olor a café abundaba. Luego me vestía y partía a recolectar frutas.Más tarde cocinaba y ya listos los quehaceres, partía en busca de silencios.



Me internaba en el bosque, buscaba claros para observar el río. Encontré un árbol cuyas raíces yacían fuertes en tierra y cuyo cuerpo titánico se suspendía sobre un laguna - la conjunción entre dos ríos- Ahí me quedaba, viendo cambiar la luz, el agua que corría mansa.



Encontré pescadores y muy contentos de ver a alguien perdido por ahí me invitaban a pasear con ellos por el río.



La hora sin sombra ( el mediodía) ya llegaba y emprendía el regreso, sin pausa pero sin prisa, me llenaba de cada olor, cada color, cada textura. Aprendí los nombre de los arboles, sus identidades, las flores, las madreselvas.



Llegaba nuevamente a la casa, ahí me espera Don Eduardo sonriente con el almuerzo sobre la mesa. Comía lentamente en la terraza, escuchando el rugir constante del río y sus saltos.Poco a poco llegaban turistas, me sonreían. Alguno que otro creyendo que yo vivía ahí me preguntaba sobre el lugar, yo gustosa le respondía.



Era hora nuevamente de ir a perderme. Y así pasaba mi tarde.Cuando el frío comenzaba a llegar, me refugiaba junto a la chimenea. Escondida en el sillón, junto al chocolate que traía humeante Don Eduardo, me quedaba horas.




Generalmente a esas horas se escuchaba Bach, y yo alternaba la lectura a la simple contemplación.



Por las noches, nos quedábamos los dos en la cocina hablando, él recordando, yo aprendiendo.



Me fui escapando de algo, con huellas por sanar, otras por borrar.




Queriendo ser otra, quizás no queriendo ser nadie en particular.



Y algo maravilloso sucedió, una suerte de metamorfosis, una revelación.



Soy otra, soy la misma, soy yo.



Encontré un lugar para ser feliz, un espacio-tiempo, una dimensión divina, un minuto cósmico para verme, entenderme, amarme.



Todo aquello que me afligía no sé cómo, no sé dónde, se perdió. Y en su lugar han venido revelaciones de mi ser. Como un espejo en el cual mi pasado, mi presente y mi futuro yacen en armonía.



Quién fui, quién soy y quién seré... lo encontré.



FIN ( O el principio)

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