lunes, 31 de marzo de 2008

me dijeron



Me dijeron que así comenzaban las historias de amor. Yo les creí.


Que era él y era ella. Pues, dije que estaba bien. ¿Qué les iba a decir?


Y ahí estábamos, años después. Yo me iba diciéndole no sé que cosa, que estaba cansada, que las mentiras me hacían mal, que me dolía el cuerpo.


Él comenzaba a gritar, palabras envenenadas. Yo no le quería oír.


Era la misma habitación que nos había guardado y hechizado, años antes, cuando me dijeron que así comenzaban las historias de amor.


Yo aceleraba el paso en el estrecho pasillo, el mismo pasillo que me mostraste, años atrás.


Tú me seguías, los ojos desorbitados, ibas gritando, no sé que cosa, que no te amaba, que me odiabas, que me fuera.


Yo no te quería escuchar.


Pero era la misma voz, que años antes, me había susurrado palabras llenas de anhelos.


Yo escapaba. Tú no podías dejarme ir.


Quise correr y entonces sentí tus brazos cogerme por la cintura, como tantas veces lo habías hecho con una gracia ceremonial, instantes antes del amor.


Me empujaste contra tu pecho, los brazos tensos de cólera, me atrapaste cual pulpo rabioso.


Yo te gritaba, jadeaba palabras negras, lloraba con espasmo y entonces cedía.


Todo era caótico.


Tus gritos, mis gritos. Tu dolor, el mío. Tu corazón, mi cuerpo.


¿ Quién eras tú?
La penumbra te hacía parecer un monstruo bíblico. Sentí miedo.


Frente a frente, violentaste mis labios con los tuyos.


Pude sentir tu lengua pastosa forzar la mía, tus dientes querían arrancar de un mordisco mi labio inferior.


No cedías, querías comerme.


La garganta cerrada, no pude gritar.


Los brazos anestesiados con los tuyos, no pude golpear.


Las piernas rendidas contra el piso, no pude correr.


De pronto, tus manos asperas comenzaron un viaje dantesco por entre mi blusa.


No eran caricias, eran rasguños, arañazos.


Conocías mi cuerpo y por tanto tiempo lo amaste, que no pude comprender que me hicieras daño.


Tomaste mi cara y me obligaste a mirarte, quise matarte con mis ojos.


Pero no eran tus ojos, no los pude reconocer.


No mirabas, las pupilas dilatadas, arrancabas trozos de tela.


Encontré fuerzas en mi abdomen y grité con voz desgarrada.


Entonces, silencio.


Frente a frente, te odié.


¿Quién eras tú?



Él y ella. Yo asentí. Me dijeron que el amor podía doler. Dije que estaba bien.


¿Qué les podía decir?


Seguramente dolería.

domingo, 23 de marzo de 2008

Verily she has looked on the Tiger ( locución para significar la locura o la santidad)




Tomé mis cosas; unos cuantos fantasmas y mis maletas y me fui.



Durante 4 días estuve perdida entre éstos parajes; yo y el río.



El viaje fue fecundo e irrepetible.



Encontré a un viejo señor que me quiso cual nieta suya, juntos nos sentábamos horas junto a la cocina a leña a beber chocolate caliente. Me llenó de historias, de pasado, de sabiduría, de dulzura.



Era una casita perdida a las orillas de ese río místico. Aprendí a recolectar moras para luego preparar suculentos pasteles, cuyas recetas - me decía él- eran de su madre.



Mis días se sucedían así...



Temprano por la mañana me despertaba, observaba el volcán y su majestuosidad, llegaba a la cocina donde el olor a café abundaba. Luego me vestía y partía a recolectar frutas.Más tarde cocinaba y ya listos los quehaceres, partía en busca de silencios.



Me internaba en el bosque, buscaba claros para observar el río. Encontré un árbol cuyas raíces yacían fuertes en tierra y cuyo cuerpo titánico se suspendía sobre un laguna - la conjunción entre dos ríos- Ahí me quedaba, viendo cambiar la luz, el agua que corría mansa.



Encontré pescadores y muy contentos de ver a alguien perdido por ahí me invitaban a pasear con ellos por el río.



La hora sin sombra ( el mediodía) ya llegaba y emprendía el regreso, sin pausa pero sin prisa, me llenaba de cada olor, cada color, cada textura. Aprendí los nombre de los arboles, sus identidades, las flores, las madreselvas.



Llegaba nuevamente a la casa, ahí me espera Don Eduardo sonriente con el almuerzo sobre la mesa. Comía lentamente en la terraza, escuchando el rugir constante del río y sus saltos.Poco a poco llegaban turistas, me sonreían. Alguno que otro creyendo que yo vivía ahí me preguntaba sobre el lugar, yo gustosa le respondía.



Era hora nuevamente de ir a perderme. Y así pasaba mi tarde.Cuando el frío comenzaba a llegar, me refugiaba junto a la chimenea. Escondida en el sillón, junto al chocolate que traía humeante Don Eduardo, me quedaba horas.




Generalmente a esas horas se escuchaba Bach, y yo alternaba la lectura a la simple contemplación.



Por las noches, nos quedábamos los dos en la cocina hablando, él recordando, yo aprendiendo.



Me fui escapando de algo, con huellas por sanar, otras por borrar.




Queriendo ser otra, quizás no queriendo ser nadie en particular.



Y algo maravilloso sucedió, una suerte de metamorfosis, una revelación.



Soy otra, soy la misma, soy yo.



Encontré un lugar para ser feliz, un espacio-tiempo, una dimensión divina, un minuto cósmico para verme, entenderme, amarme.



Todo aquello que me afligía no sé cómo, no sé dónde, se perdió. Y en su lugar han venido revelaciones de mi ser. Como un espejo en el cual mi pasado, mi presente y mi futuro yacen en armonía.



Quién fui, quién soy y quién seré... lo encontré.



FIN ( O el principio)

lunes, 10 de marzo de 2008

De encajes y adiós




Y te vas, lo sé, no tienes que repetirlo. Basta ya, puedo ver tu sombra desaparecer por el umbral, qué más quieres explicar, no quiero por qués, no quiero cómo, no me interesa, si te vas, yo me quedaré.


Yo guardaba un sueño, cómo pudiste no verlo, cómo pudiste seguir, y para qué quiero yo gritarte tus culpas, te vas igual.


Vete ya, ya estás ahí, no te detengas, no pienses demás, si te vas, marchate de una vez y para siempre.


Yo no tengo por qué aceptar tu miseria, tu auto compasión, yo de eso no quiero nada.
No soy como otras, eso ya lo deberías saber. Siempre te lo dije, que si un día decidías irte, te fueras sin más.


Házlo rápido, fácil, el dolor no tardará en llegar, estés o no estés aquí, te quedes un minuto más o no.


No hay vuelta atrás, no necesito de tu compasión, nunca la quise,

¿qué te hizo pensar que ahora sería distinto?


Sólo porque te vas, nada cambia, yo soy la misma y mis convicciones no han cambiado de curso ni se han camuflado, siguen en pie de guerra, ahora que estás en la puerta sin regreso.


Si no encontraste nada más aquí, nada que valía la pena, ¿por qué quieres hacerme pensar lo contrario?


Yo entiendo, creeme, entiendo. Yo también fui tú, yo también estuve en el umbral, yo también me marché, creeme sé lo que piensas y lo que no. No me mientas.


No tiene sentido, conozco demasiado este juego como para caer en él, como para sufrir por él, como para esperar algo distinto de lo que es.


Yo misma inventé los atajos, cada camino, cada desvío, cada balla.


Ahora, déjame tranquila, déjame en esta habitación sin ti, que cuando dijiste querías irte, para mi corazón te marchaste poco importó si tu cuerpo se quedó o no.


Las palabras, mi vida, tienen la fuerza de un fuego, tienen el verbo creador y destructor.


Tú elegiste las palabras del amenazado, del asesino.


No escondas el puñal, fue tu arma, camina orgulloso, asume.


La vida es así, qué pensabas, quién te mintió, por qué quieres mentirte, mentirme, ambos sabemos que este es el final y no hay nada más que decir, todo está claro.


Y ya sé que algo de confusión te amenaza allá afuera, que el arrepentimiento puede caer en el café que más tarde sorberás, será amargo, lo sé, lo sabes pero eso nada cambia, que nada tiene que ver ese sabor en tu lengua pastosa con el desenlace.


Si piensas que retrasando tu partida dolerá menos, lo siento, sabes que no será así. Que a ti también te dolerá, quizás más que a mí, pues yo culpa alguna guardo.


Pero la vida se camina, aprende y no mires atrás, sólo encontrarás una tierra equivoca, llena de abismos, de ficciones, de pesadillas, nada real.


Todo será como ese sorbo amargo de café, de lengua pastosa, de garganta cerrada, de pecho corrompido, de sexo vacío.


Tu sexo, querido, él notará mi ausencia, quizás más que tus brazos pero no te preocupes, será pasajero, hasta que encuentres otro sexo distinto al mío que encaje, con o sin más pretensiones, en el tuyo.


¿Viste? Todo se sucederá.


¿El miedo? El miedo, mi vida, es una ficción. Existe sólo en la medida en la que se crea en él, tú lo creas, tú lo alimentas, tú lo haces fuerte; es tuyo.


No tienes por qué seguir ahí, aún te veo, sé que no te has marchado, esperando quizás que yo salga corriendo y te suplique, y alimente tu ego, y te llore, y te grite, y me arrodille...


¿Por qué esperas aquello que sabes jamás haré?
Sólo quiero verte ir, no regresar, perderte.


De amor nunca supe mucho. Pero supe lo suficiente como para entender un final.