martes, 30 de enero de 2007

La habitación

Este es un texto que escribí hace ya más de un año, hoy revisando viejos escritos, divagando con el pasado lo he encontrado.


No pretende ser un gran texto pero creo bien refleja la desilución y la ansiedad que en algún momento sentí.


El mundo no es siempre un jardín un rosa y duele vivir. Somos todos reos en una habitación.











No hablen, que nos escuchan, susurren.
No quiero que nadie se entere, que nadie salga ileso de esta blanca habitación, donde duermen plegadas mis alas.
Ni siquiera Dios, que bien se esta solo y desesperado como yo. Pero no le abran las puertas. Déjenlo errar entre los vivos, no dejarlos vivir, como ellos hicieron con él, mientras vivía.
Callen. Que odio a la felicidad, que me ha quitado lo poco y nada que me hacía feliz. Y ahora rugen mis huesos por venganza. Quiero que el mundo calle para gritar mi desencanto, mi maldición.
Habitantes transitorios de esta habitación, los tomo rehenes, los condeno a leerme sin oír. A que sientan lo húmedo de estas paredes, a que desciendan conmigo en mi viaje dantenesco. Apago las luces. Bienvenidos a la nada. Les habla el personaje que viste de desnudes sus pecados.
Yo que amé, yo que muero en este agotamiento de encender velas a los muertos, que nada podrán venir a reclamarme, yo que vivo ilegalmente, sin papeles, en esta vida de la cual todos se hinchan. Yo y nadie más, les grita, los acurruca de palabras secas en un tintero embotellado.
Ahora bien, reconózcanme, mírense, y luego olviden. Olviden el mundo de gargantas abultadas, la plaga de palomas urbanas, el rebaño de ovejas cabizbajas y conviértanse en lo que yo he sido, parásito de esta fabrica, porque no produzco, porque finalmente no soy rentable, soy loca y me aíslan y me encierran. Ahora yo los aíslo, yo los encierro, yo les grito y yo los creo. Porque solo a los locos, a los ángeles caídos, nos huele la carne de enfermo, nos duelen los huesos vulnerables y nos asechan las flaquezas inhumanas.
No importa si la inercia del mundo los lleva gestar botellas vacías, me importa que en estos cinco segundos de ceguera sufran lo que yo he sufrido. Que duelan los pragmatismos, las imágenes y que le declaren la guerra a la Magia y al acopio de derrotas diarias. Que sientan, lo que yo siento, yo enemiga. Quiero que sepan que, yo, aún a costa del riesgo me niego y no me rendiré jamás. Si se asustan, si sucumben, si miran de arriba a bajo y no Lo ven, no hay problema para entonces ya habrán caído tan bajo que no serán ustedes.
No hablen muy alto, que estoy angustiada, con tanto por escribir y tantas rendiciones a la rutina y a la materia, tantas veces las rodillas hincadas en el suelo. A veces, me cuesta seguir, y aunque me parezca injusto, me empeño en conjurar todos esos humos de mentiras y bocas de ciegos desdentados. Ya no puedo elegir, ustedes tampoco podrán, es Mi deseo. Me hago carcelera de mi prisión, que decido compartir con ustedes. ¡No me miren piadosos! No soy victima, soy Díos.
La misericordia será mía o no será.
Ahora, cierren los ojos, que no quiero me vean. Ustedes que antes jamás habían querido verme, no supliquen lo que ahora les niego, solo porque no quisieron antes. Vuélvanse yo, sientan la indiferencia humana rasgar sus frágiles máscaras de cartón desechable. Como Edipo arranquen sus ojos, porque son culpables. Yo los miraré, piadosa. Yo que también arranqué mis ojos, pero por odio a ver las cicatrices que sus fusiles tatuaron en mi piel.



Ahora, mis yemas sangran, ha sido a su pulso que he construido este castillo, que he forjado esta absurda prisión. Y con su sangre remendaré el elixir perdido. Sacrificados como animales, beberé de sus cálices, me hastiaré de su esencia, me ahogaré en su materia. Succionaré sus vidas para no morir por falta de la mía. Seré Dios, me alimentaré de vidas ajenas para no morir en el olvido y en la falta de existencia. ¡Qué ilusión más perfecta! Yo, un Dios, ustedes, reos.

Callen. No hablen, susurren.

Las puertas se abren, corran, escapen pero no olviden jamás que la prisón más perfecta es aquella que nosotros mismos creamos. Y que no basta sentirse libre para romper las cadenas que con el tiempo hemos forjado, a nuestra exacta medida.

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