domingo, 26 de noviembre de 2006

El amor después del amor



Es cierto que el universo suele conspirar para recordarnos aquello que nos empeñamos en olvidar.


No es raro ver como todo cambia de frecuencia y lo invisible se vuelve visible y lo que jamás escuchabamos de pronto es el único sonido que percibimos.


Y así transitamos por nuestro diario vivir conciente de las pequeñeces, de lo obviado y poco transcendente.


Por ejemplo hace unos días mi novio me pidió un tiempo, un receso de nuestra relación; un tiempo para pensar. Como era de esperarse mi mundo se vino abajo y por donde fuera que viera o anduviese su presencia aparecía nitida a mis sentidos. Todo me lo recordaba. Mágicamente la calle se había atestado de modelos iguales a su auto, canciones románticas invadieron cada estación de radio y cada detalle llevaba impreso su nombre, su olor, su todo. Y así no pasaban cinco minutos sin que una lágrima atacará mis ojos.


Es cierto que me dolía el cuerpo, su nombre me dolía. Un hombre me dolía en todo el cuerpo. Y me amenazaban fantasmas en cada rincón, no había un refugio, una salida de tal conspiración.




Por supuesto pensé que moría, que sin él caerían pedazos de mi ser. Pero la realidad me demostró lo contrario. Sobreviví. Es más sobreviviré sin mas problemas.


Hoy me despertó el calor de un noviembre, el reloj marcaba las 7.10 am de un domingo cualquiera. Me extrañé ante tal despertar natural y a tan tempranas horas de la mañana, un domingo. No era algo recurrente en mi, de hecho suelo esperar que el medio día se vuelva amplio y fecundo para entreabrir mis ojos. Soy una convencida que los domingos fueron hechos para dormir, descansar los ojos, el cuerpo y la substancia interior ( alma). Pero hoy fue distinto, quizás no ví de inmediato los presagios de un cambio.


Aunque fueran apenas las 7.10 am el calor penetraba ya por las ventanas cerradas de mi habitación y así me levanté, me sacudí un poco la modorra y me dirigí los pies descalzos a la cocina por un vaso de agua. Me senté en el borde mi cama a observar como el cielo aún no era celeste pero azul intenso con intenciones de claridad. Me sentía a gusto. Había dormido bien y él aún no amenazaba mi despertar, cómodo y flojo. Sentí entonces que su presencia había dejado de ser tan esencial, que finalmente la ausencia había trabajado en mi y ya no le necesitaba con tanto apremio.


Pensé entonces en la frágilidad de su existencia. Aunque claro no puede negar que a tiempos me duele, que sí lo extraño pero la manera en la que lo hago ya no tiene el sesgo de la necesidad a toda costa, ni de la obseción pero más bien el dejo sútil de un bienestar pasado, la benevolencia del pasado en restropectiva.




Así sin más apuros ni angustias dí la bienvenida a un nuevo día. Un domingo clásico dónde mis abuelos paternos, toda la familia reunida, un almuerzo abundante y las risas generosas de los seres queridos. Hoy día en especial agradecí tener estos domingos. Hoy día en particular me deslumbre con la simpleza de sonreír y cómo olvidar, con el gusto de compartir en familia, de sentirse parte de una estructura a base de amor. Agradecí tener la familia que tengo.




Ahora la tarde ya ha caído majestuosa y un frescor acaricia mi piel. Sé que él no llamará hoy, que mañana tendré que enfrentarlo ( es irremediable) y que ya mañana finalmente será el final o quizás el principio. Sea lo que sea me siento preparada, me siento tranquila y conforme.




El amor duele es cierto, pero de amor aún no creo morir.


Y la herida de amor el tiempo cura, estoy segura.




El amor después del amor...


Bienvenido.












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