jueves, 23 de noviembre de 2006

El amor viciado






Más temprano que tarde el amor, ese concepto utopico, ese bello demonio termina por perderse, por arrastrar cansado sus alas y finalmente bajar la guardia.
Es iluso pensar que un «para siempre» pueda guardar algo de verdad en los labios mortales de dos enamorados.
¿Cómo prometer eternidad a quién exala finitud? Imposible desafío, presagios de una extinción.
Quizás me tomó más del tiempo socialmente necesario para comprender la inutilidad de esta empresa. Pero fue tan distinto ese amor, que creí ver algo de eternidad en tí.




El amor, se vicia. Termina siempre por gastarse, es irrevocable. Es su destino.
Y aunque vivir un cuento de hadas siempre es tanto más facil y reconfortante, no podemos obviar que el roce de las suelas contra el asfalto termina siempre por desgastar hasta los zapatos más prometedores.
Perder la inocencia es la toma de conciencia de nuestra mortalidad y los abismos que ésta conlleva.
Perder la inocencia...
Supongo que aún recuerdo el momento en el que de improviso caí en la certeza de un final inexorable. Caminaba con la cadencia de lo cotidiano por calles de siempre, esas que nunca parecen alterar su semblante de cemento y piedra, recorrían mi mente trivialidades y absurdos, nada parecía advertir la presencia de un diluvio inminente.
No supe distinguir el amenazado del amenazante. Y así la inocencia me abandonó, cogió el primer taxi que pasó y ni siquiera tuvó la misericordia de darse vuelta para ver como mi ser había quedado, ahí, varado en medio de la nada, aceptando la muerte por venir. La inocencia se marchó sin más, sin decir adiós, sin besar por última vez mi mejilla sin si quiera arrepentirse. Entonces entendí. Entendí que podía caminar, que podía creer que caminar era obra de mi voluntad, que los atajos serían bienaventurados, que aún quedaban secretos por descubrir pero que todo sería una ilusión. ¡La ilusión más perfecta! El plan de mi Creador era perfecto excepto por ese brusco despertar a la realidad insólita de caminar para morir.



Dolió el cuerpo por su frágilidad, dolió el alma por su inercia...



Me detuvé un momento antes de incorporarme nuevamente a mi tránsito, a mi caminar paulatino. Acepté entonces que todo tendría que morir.






Pero no hace mucho, olvidé aquella lección de vida y me dejé llevar por el dulce murmullo de un amor, de un hombre. Y prometí eternidad, y dí paso a ilusiones y yo misma pensé creer en la veracidad de todo aquello.



Es verdad que por un tiempo todo fue real, el amor era tangible y el final no se perfilaba aún. Creo que fuí inocente, creo que fuí ignorante. Y no lo niego, lo disfruté.



Pero rápidamente el universo arregló las cartas y nuevamente la casa volvía a ganar. Un golpe de suerte es efimero, la casa siempre gana, siempre.



Y como la inoncia había abandonado precipitadamente, silenciosamente la primera vez lo hizo una segunda vez. Y el amor se vició. Y el amor sucumbió. Y nosotros nos perdimos.






¿Un error? Quizás. ¿ Fatal? Lo dudo.






Me dejó en casa, lo besé apenas tocando sus labios, sé que él reconoció ese beso artificial el gusto de la mortalidad. Se alejó, subió al auto y arrancó rápidamente calle arriba, quizás calle abajo, no lo sé. Ninguno de los dos mencionó el final, pero estoy segura que como yo, él está ahora pensado en ello.



No ha llamado, han pasado apenas unas horas. Supongo que tampoco llamará, no sé si mis dedos encuentren el camino correcto para marcar su número y llamarlo. No sé si me apetece escuchar su voz, sobrellevar los silencios y las explicaciones.



Tampoco sé si me duele. Desconozco cómo podría ser mi vida sin él, tampoco sé si quiero vivirla con o sin él...






Sólo sé que el amor se vicia.



¿Será suficiente?






2 comentarios:

colorprimario dijo...

"Pero el amor, esa palabra..."

¿Qué es el amor?
Un viaje. Eso podría ser el amor, un viaje con billete sólo de ida. Un viaje hacia la tierra prometida que puede culminar en los infiernos. El tiempo prevalece; sobre los amantes, ellos, ángeles de espaldas curvas, sostienen cada uno el peso del otro. Hasta que la balanza rompe el brazo del lado que lo sostiene todo.

Sí, perdemos la inocencia, nos volvemos mortales. Y acaso así reconocemos lo que amamos para después olvidar. ¿Para olvidar el qué? ¿Una ilusión, el tiempo pasado? ¿O la verdad?

madam_ladybug dijo...

Yo creo que si empezamos lo que sea que empecemos con desesperanza o la "certeza" de un final inminente... nunca va a funcionar.
Es entendible que con los desengaños las personas se endurezcan y se resientan... pero de qué sirve? si al fin y al cabo qué no daría una persona por poder afirmar que aunque sea una vez en su vida amó y fue amado?
¿No es el estado natural más perfecto que existe? ¿Y por qué no podría ser perpetuado? por unos cuantos tropiezos antes...? no me parece un buen precio!!!

Nos veremos seguido... saludos!!!