viernes, 4 de abril de 2008

Coleccionista de soldaditos




Ella, nunca supo mucho del amor. Nunca quiso saber demasiado, al menos desde su mirada intima. Es cierto, buscó amor y más de alguna vez lo encontró.
Entendía que lo que llenaba su corazón y humedecía su sexo era algo que podría llamarse amor, lo bautizó.
Más tarde le quitaría el nombre y renunciaría. Y así esa interminable continuidad del encuentro y la pérdida.
Pero cada vez que en medio del escepticismo más grande algo remotamente parecido a esa musa la asalta, olvida todo lo aprendido, olvida que el fin está próximo.
Y vuelve a bautizar sentimientos, a alzar monumentos.

La tristeza, eventualmente, llegará. Y se llenarán sus horas de cenizas y vino, y se alimentará de recuerdos amarillento, de la hipérbole del dolor, que en esencia jamás fue tan doloroso pero si no había tragedia, habría que inventarla de lo conocido.
Y culpar a hombres por pecados que jamás cometieron pero que a ciertas horas de la noche desearías los hubieran hecho, sería más lógico el dolor, tendrías una justificación a tus horas muertas y a tu necesidad imperiosa de amar y ser herida.

Corazón de mujer. ¿Quién te comerá?

Nadie piensa en ti a estas horas. ¿Por qué seguir creando historias en dónde alguien sufre por ti, en dónde tú sufres por alguien?
La tranquilidad te asusta más que nada. Eres un constante desastre. Una figura borrosa en el espejo. Nadie nunca te conoció. No dejaste a nadie te amará, quien quiso hacerlo, sufrió tu huida.
Las mentiras que creaste con perfecta cordura, funcionaron.

Él te olvidó, tú jamás pudiste. Jamás has olvidado.

Cada hombre, por fugaz, vive en ti. No los dejas ir. Tu corazón no es capaz de quedarse y jamás se dejo capturar pero tú, egoísta, raptaste y comiste corazones a destajo.

Jamás fue miedo al dolor, como hacías a otros creer. De hecho el dolor es lo que finalmente buscas. Comienzas grandes historias, anhelando ese final oscuro que desgarrará tus entrañas. Y en medio del dolor, anhelas a quien alejaste.
Sufres ausencia por auto imposición y los culpas a ellos.

Si lo piensas, jamás has llorado a un hombre. Quizás alguna lágrima perdida, jamás el llanto. Y ¿ es qué no fue amor? Claro que lo fue, pero el dolor es un arte, que necesita de trabajo, de dedicación. Y tú sin duda has sido una artista.


Corazón de mujer. ¿Quién se perderá en ti?

Tantas relaciones, tantos intentos por hacerte creer que algún día podrías conjugar en plural el verbo amar.

A cada hombre, a cada corazón que ha pasado por ti, le has entregado una parte, una pieza equívoca de tu esencia, una pista traicionera del camino. Los has perdido a todos por igual, consiente de que jamás anclarían en puerto seguro.

Te sabes suficientes en tu cuerpo, buscas un pedazo de cama calentado por otro, materia para saciar un instinto pasajero. Nada más.
Y mentiras tras mentira, los has engañado a todos, sin excepción.
Tampoco sabes si quieres ser real.
La clandestinidad te va muy bien.
Vives la vida que has elegido, la vida por la cual has luchado día tras día.
Tu corazón es desmesura, y no lo quieres de otra manera. ¿Para qué? ¿Por un pobre amor?

Tus ficciones te han llevado a pensar que el amor es un producto de tu imaginación, otro símbolo que habla de la mujer que fuiste.
Al final, te dices, todos son símbolos y existen sólo en la medida en la que tú creas en ellos, cuando dejas de soñarlos, desaparecen.
Y no te duele, no realmente.
Ahí estás, corres por una ciudad, huyes de él, de su recuerdo, de tu recuerdo.
No lo quieres en tu vida, esperas un desenlace insólito, lo humano te limita.
De él tomaste aquello que necesitabas, luego tendrías que irte, buscar otros corazones, más vivos.
Eres mar, te haces mar y él se pierde en un puerto al cual no regresarás.
Corazón de mujer, nadie nunca te comprenderá, jamás quisiste que lo hicieran.
Eres feliz en tu dolor imaginario, en tu huida y en la fantasía de un nuevo encuentro.
Ahí está, ese nuevo cuerpo que encajara en tu sexo.
Sabes que lo dejarás, sabes que el amor es aprender a morir. Y te lanzas al abismo de su voz, sin miedo, los ojos bien abiertos.
Él no sabe, jamás sabrá. Tú quieres amarlo, que te amé. Lo demás será tiempo sin tiempo.


Tu colección de soldaditos luce perfecta sobre un estante; alineados, cada uno distinto al otro, cada cual parte de un fragmento de tu vida.
Los observas, los admiras, les hablas y abandonas la habitación.
Ya volverás con otro compañero de filas, otro soldadito mutilado.
















No hay comentarios: