martes, 1 de abril de 2008

Esa noche



Vienes a mí con amor diluido en alcohol, quieres embriagarme con resquicios de un sentimiento.




Intentas convencerme de un mundo paralelo, un mundo de copas y ceniceros.




Te digo que no quiero seguirte, que estoy cansada, que me vendría bien un taza de café.




Me buscas con la mirada, con las manos, con los labios.




Me buscas en los cabellos, en las heridas y en mis silencios.




Intento explicarte y sellas mis labios con un beso.




Intento no comer de tu carne, pero tú me susurras al oídos palabras suaves.




Con fuerza llevas mi cuerpo contra el tuyo, condensando el espacio intermedio, haciendo un solo aire para dos corazones.




De pronto, calló la voz en mi cabeza y la mía propia.




Era la cercanía de cuerpos.




Comenzaba a reconocerte como se reconocen los niños, a amarte como aman las mujeres, y a desearte como desean los hombres.




Primero, el tacto suave y por encima de la ropa, trazando tu silueta, sin tocarla realmente, apenas un roce, una provocación, una potencialidad.




Luego, tus ojos en los míos, como poseyéndome con la mirada.




Tenías los brazos fuertes, los sentía próximo en mi cintura.




Habíamos destruido cualquier universo intermedio, era tu cuerpo y el mío, casi una sola carne.




Y entonces sentí, sin miedo, como poco a poco ibas arrancando pedazos de tela, acercándote a mi piel desnuda, yo a la tuya sin más.




Tu aliento era intenso en mi oído, el estremecimiento constante.




Te besé porque no había otra cosa en el mundo que pudiera hacer. Sentí había nacido para este instante, para comerte la boca.




Tu lengua suave recorrió la mía traviesa, la calmó, le cantó canciones de cuna.




Era yo, eras tú. Ansiábamos ser uno.




Saciar tu sudor, su carne. Perderme en la copa vacía de tu aliento.




Tus manos asperas surcaban las imperfecciones de mi cuerpo tembloroso.




Poco a poco me iba desprendiendo de mí, haciendome tuya.




Alternaba tu boca, con la copa de vino.




Bebías de mis labios y yo te bebía a ti.




Soltaste mi cabello, que como espuma desparramó sobre mis hombros desnudos, llenos de ti.






Las sábanas blancas para el amor.




Los muros impregnados de sudor y noche.




Aquella noche, no bebí café pero tuve amor.




Estoy segura no volverás a amarme como lo hiciste entonces, pues jamás fui tuya como esa noche.






La mañana me encontró en tus brazos, yo tomé mis cosas y me fui a caminar.




Quizás despertaste y olvidaste me amaste como lo hiciste.




Yo me llevo todo de ti, te dejo alguna marca de mi cuerpo en las sábanas.




Amor, fuiste amor una noche.




No hacía falta más.










No hay comentarios: